Las personas frecuentemente no lo logran. Y menos después de un período tan prolongado. La mayoría no regresan, y quienes lo hacen suelen sufrir diversas lesiones y desadaptaciones. Algunos igual a las películas o los cuentos.
Como el de Rip Van Winkle, quien despertó veinte años después, bueno y sano sí, pero ajeno a una realidad que no reconocía. La revolución había sucedido sin que se diera cuenta, su esposa no existía, un hombre que se llamaba como él decía ser su hijo. Ya no tenía rey, ahora tenía presidente (George Washington) y muchos de sus amigos habían perecido. Pero el solo hecho de volver en sí le era milagroso y como tal inexplicable.
Pues a la fiesta le está pasando algo así. Se sacude de un sueño profundo. Abre los ojos a un mundo distinto, como entumecida, sin dinero, en medio de pandemia, prohibiciones y deserciones. Ya Las Ventas, La Maestranza, Pamplona… no admiten corridas. El San Isidro es otro. No en plaza sino en “Palacio”, apenas once festejos, tendidos vacíos y espectadores televidentes. Toros más añosos que los habituales. Más riesgo, menos recompensa.
Así espabiló hace unos días en Vistalegre. Hoy, después de tal reposición de su feria magna, el San Fernando en Aranjuez (con menos cambios), y Navalcarnero, Niebla, Valdilecha, Llerena, Tomelloso, Montoro, Ciudad Lerdo, Apizaco... y en las redes carteles, promesas de futuro: Castellón con su Magdalena extemporánea, y Arles, Brihuega, Colmenar Viejo, Zamora, Mont de Marzan, Burgos… ¿No Alicante, Algeciras, Valencia, Azpeitia, El Puerto… qué se hicieron?
Bueno, ya no es como el antaño lejano, cuando la fiesta era fiesta. Ni siquiera parecido al inmediato antes de la crisis, cuando se agravaban las carencias, los ahogos y las contracciones. No. Ahora, tras tantos amigos muertos, tantos toros al matadero, tanto tiempo perdido, las cosas van más duras aún.
Pero al menos hay signos de vida y quienes todavía bregan por mantenerla. Quizá cuando ellos tengan éxito, si es que lo tienen, regresen también los grandes promotores, abran sus ruedos y entonces a lo mejor sonriamos y nos digamos alegremente —no fue un coma, solo una pesadilla.
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