Parece evidente que los dictadores que pretenden acabar con los toros convencidos de que así ganan votos deberían hacer examen de conciencia, ampliar sus horizontes democráticos, cambiar de estrategia, gobernar para el pueblo y respetar a todos, no únicamente a sus feligreses.
La libertad no es un término acuñado por el Partido Popular como eslogan de su campaña. La libertad es un bien preciado al que todos los seres humanos tenemos derecho y que, lamentablemente, algunos intentan cercenar de forma dictatorial en cuanto tienen cierto poder. Y lo hacen con la intención de conseguir más control sobre la población y de perpetuarse en el Gobierno con el discurso de estar en posesión de la única y absoluta verdad. Lo que opinen los demás no cuenta porque los demás están equivocados y no merecen ser escuchados ni respetados. Así han actuado algunos dirigentes de la izquierda radical, y lo han acabado pagando, y lo malo es que han contagiado y arrastrado a otros grupos menos extremistas y tradicionalmente más tolerantes pero mimetizados con esos “seres superiores” con quienes están asociados para gobernar.
Al final los votantes no son tontos, y del mismo modo que en otros momentos castigaron corrupciones y abusos, ahora cobran peaje a quienes les desprecian llamándoles tabernarios y pretenden arrebatarles sus costumbres y su forma de entender y sentir la vida.
El toreo es una de esas emociones legales que los dirigentes deben respetar, aún cuando no lo entiendan ni compartan, lo contrario sería prevaricar.
A nadie se le puede obligar a que guste de él, pero, sin entrar a valorar su potencial económico, medioambiental, cultural, histórico… resulta incuestionable que se trata de una actividad que identifica a nuestras gentes y que pertenece al pueblo, ese que debe gozar de libertad para decidir si quiere ir a los toros.
Tras los decepcionantes resultados cosechados en las elecciones madrileñas por Podemos, Pablo Iglesias, su Secretario General, ha decidido dejar todos sus cargos. Muy posiblemente se trata del político de la historia reciente que más y con más saña ha atacado al toreo. Y PACMA, el partido animalista que lleva la prohibición de los toros en su programa electoral, obtuvo sólo 15.507 votos, un 42’67% menos que en las últimas elecciones. Irrisorio.
Sin embargo, los datos de la aceptación de la tauromaquia en la sociedad son inequívocos. Dejando a un lado que cada año se venden más de seis millones de entradas para asistir a una plaza de toros, y omitiendo las millonarias cifras de aficionados que participan en los festejos populares, las audiencias de las últimas retransmisiones no dejan lugar a dudas.
El pasado 2 de mayo, Telemadrid programó el festival de Las Ventas obteniendo el mejor dato de una transmisión taurina en la última década, un 14’7% de cuota de pantalla. También ofreció Leganés, logrando el 10’1% de share el sábado y el 8,4% el domingo. La emisión de rejones desde Almoguera fue líder de audiencia en su franja horaria en Castilla-La Mancha TV con un 14’1% de televidentes. Y la novillada sin picadores de Esquivias fue la segunda opción del sábado con el 11’6%. El 17 de abril, con la corrida de Sanlúcar de Barrameda, Castilla-La Mancha TV alcanzó un 15’4% de share, más de 9 puntos por encima de la media de la cadena; en Canal Sur la corrida registró el 12’1%, 4 puntos por encima de la media, y la cuota de pantalla en Telemadrid fue de un 8’3%, casi 3 puntos por encima de la media. Y todos esos espectadores acuden a las urnas.
Parece evidente que los dictadores que pretenden acabar con los toros convencidos de que así ganan votos deberían hacer examen de conciencia, ampliar sus horizontes democráticos, cambiar de estrategia, gobernar para el pueblo y respetar a todos, no únicamente a sus feligreses.
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