En realidad, ¿de qué va esto? De alguna forma el gobierno andaluz hace más viable para las empresas la celebración del espectáculo programado, pero los resultados serían irremisibles si los vaivenes pandémicos obligan al cambio inmediato de lo planificado. En este sentido, no le cabe otra al empresario en cuestión que exponerse al peligro que le ha de suponer la posible variación de nivel sanitario en la provincia, o ciudad, el día de celebración.
De una u otra forma, ese débil e inexcusable fundamento de la realidad les hace no abandonar la idea de cómo librarse de esa amenaza que seguirá cerniendo sobre la organización de ferias y ciclos taurinos. Porque esos aumentos, o disminución, de aforos va a depender de los altibajos de la zigzagueante curva de contagios.
Sea como fuere, la capacidad de las plazas de toros viene marcada por cada uno de los niveles que definen la normativa. Así en nivel 1 podrá ocuparse el 60% de las localidades. Si se trata de nivel 2 sólo se podrá disponer la mitad de cabida. No más de un 40% del aforo se ha de ocupar con nivel 3, además de mantener el metro y medio entre espectador y espectador. Imposible dar festejos con nivel 4, al no permitirse la entrada de público.
No es de extrañar, en este sentido, que la valentía de unos pocos copará el protagonismo de la deseada temporada taurina andaluza. Aunque titubeante y aún por definir en su totalidad. Para insistir en que con afición, sacrificio y probo esfuerzo se pueden dar toros a partir de las evidencias de la que se dispone. Embarcarse en estas historias no debe ser sencillo. Pero sí gratificante.
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