Hace ya mucho tiempo que la nueva izquierda, sobre todo la radical, cuyo auge amedrentó y descolocó tanto a la derecha como a un PSOE al que ya ni Alfonso Guerra puede reconocer, se postulaba contra la fiesta taurina y no sólo la dejaba de lado sino que abiertamente buscaba su abolición y la desaparición hasta de su recuerdo.
Es por ello que asímismo sea motivo de satisfacción y alegría el que la victoria de Ayuso haya provocado el abandono del panorama político de alguien tan dañino y nefasto como Pablo Iglesias, enemigo declarado de la cosa taurina, a la que sin motivo, justificación ni conocimiento de causa, asocia con franquismo, fascismo y atraso, y cuya aportación a la vida nacional se ha limitado a intentar abrir viejas heridas, echar leña al fuego de la envidia y el rencor y llevarse todo lo que pudiese, yéndose ahora con el riñón cubierto y convertido en parte de aquella casta a la que, decía, venía a combatir.
Al margen de ideas y convicciones de cada cual, no cabe duda de lo importante que es el que la fiesta de los toros tenga respaldo y apoyo del poder político y es muy de agradecer que desaparezca de la escena pública quien pide su abolición.
Esperemos que las promesas, palabras y buenas intenciones de la reelegida presidenta de la CAM no se las lleve el viento ni, como suele suceder tan desgraciadamente a menudo, se vayan a la papelera una vez asegurada la poltrona y sirva de acicate y estímulo para la reactivación de un sector al que la pandemia pilló dormido, sin capacidad de reacción, huérfano de ideas y recursos, anquilosado en sus estructuras y sin rumbo.
La sociedad ha cambiado, para bien o para mal, pero ya no es la que hace unos años, muchos más de los que hubiesen sido de desear, tenía a los toros como algo habitual, una atracción casi de asistencia obligatoria en grandes celebraciones y fiestas de guardar, sentía curiosidad e interés por quienes se vestían de luces y por los animales a los que se enfrentaban. La gente iba a la plaza sin que apenas hubiese que llamarla y atraída por un espectáculo que, poco a poco, ha dejado de interesar porque nadie ha sabido vender sus muchos atractivos, ocultos por los de otros muchos productos de menos enjundia pero infinitamente mejor publicitados y gestionados.
Ya no basta con anunciar un cartel para que la plaza se llene. Para competir en el mercado actual hace falta mucho más. Y, sobre todo, trabajo. Dedicación. Ganas. Esfuerzo. Imaginación…
Pablo Iglesias, ante su fracaso, personal y de partido, ha dicho adiós. También su ejemplo debería ser considerado por muchos taurinos trasnochados, que siguen pensando que estamos en el siglo XIX y que la gente irá a sentarse en una piedra, pagando una pasta, sólo porque ellos digan que Fulanito quita el sentío y viene a llevarse el Banco de España, sin darse cuenta que el sentío, sobre todo el común, hace ya mucho que se perdió y que el Banco de España ya nadie sabe dónde para.
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