No voy a volver a hacer aquí un relato del caso Valbuena por el que Benzema deberá ser juzgado. Me refiero al juicio legal, al del tribunal; me refiero al juicio que se lleva a cabo con un juez que preside, un fiscal que acusa y un defensor que defiende, al juicio en el que una parte aporta sus pruebas y la otra aporta las suyas mientras que su señoría, o el jurado popular, deciden. De ese juicio lleva pendiente seis años Benzema; en el otro, en la versión francesa del juicio a Juan Cala, se le encontró culpable tanto por parte de Noël Le Graët, presidente de la federación francesa, como de Didier Deschamps. De ninguno de los dos se conocen especiales conocimientos jurídicos, el primero lleva viviendo del fútbol desde que Televisión Española emitía Estudio 1 y el segundo se ganó la vida pegándole patadas a un balón pero no del modo en que lo hace Benzema, no, Deschamps frenaba a los artistas como Karim, era un bulldog, un stopper. Y a pesar de que ninguno de estos dos caballeros saben nada de derecho, la federación, con la necesaria connivencia del seleccionador, apeó a Benzema del equipo nacional galo. Es más, hace 3 meses Le Graët todavía se permitía el lujo de mofarse del jugador del Real Madrid: "Ha pasado tiempo desde que fuimos campeones del mundo. Tengo la impresión de que Karim no jugaba, no me acuerdo... ¿Sí jugaba? Ya no lo sé". Lo sabes, vividor, lo sabes: no jugaba... por ti.
Hoy, de repente, Didier Deschamps, el colaborador necesario en el cordón sanitario que Le Graët decidió establecer alrededor del mejor futbolista francés desde que Zinedine Zidane dijera adiós, ha decidido levantarle el castigo a Karim. Liberté, égalité, fraternité e indignité, mucha indignité, un montón de indignité.
Salvo la excitación que puedan haber experimentado estos individuos teniendo en su puño a Benzema porque sí para ahora liberarlo porque les da la real gana, sin motivo aparente que justifiquen la prisión y la liberación, no entendí sus motivos de antes y no entiendo tampoco los de ahora. Si lo he comprendido bien, la excusa que Le Graët y su botones han dado durante todo este tiempo no ha sido otra que Karim Benzema era la manzana podrida que podía contaminar al resto del cesto. Su ausencia no se debió nunca a una reflexión futbolística, nadie puso jamás en duda su inmenso talento y sólo se cuestionó su orientación moral.
A Karim Benzema lo encontraron culpable sin juicio dos hombres con un poder cuasi divino y que trasciende y supera la legislación ordinaria, esa por la cual nos regimos el resto de los seres humanos normales. Y ese poder omnímodo sí que es preocupante. Ese modo chulesco y pendenciero, ese estilo de mover las caderas a lo Wyatt Earp, esa petulancia a lo Louis de Saint-Just, el arcángel del terror que hizo de su capa un sayo durante la revolución, es lo que no se puede permitir en modo alguno. El fútbol debe cambiar también en eso. Desde que a Benzema decidieron purgarle, por el Palacio del Elíseo han pasado Nicolas Sarkozy, François Hollande y Emmanuel Macron y a ninguno de los tres presidentes de la República francesa libre y democráticamente elegidos por el poder de los votos se les ha ocurrido siquiera preguntar durante todo este tiempo a santo de qué se suspendieron en 2015 los derechos individuales de un ciudadano francés. Y si funciona así con un deportista profesional mundialmente conocido y millonario, no quiero ni pensar qué puede pasar con cualquiera de nosotros.
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