A la hora de escribir es normal que me refiera al torero, pero será muy difícil que no lo haga con el sentimiento del que lo hace de un amigo. El torero era El Pana, el amigo era Rodolfo, y ambos eran la misma persona, aunque fueran muy distintos personajes.
Al torero se le echa de menos, de hecho, no ha aparecido nadie ni siquiera parecido, ni en las formas ni en el fondo. El Pana era la mejor versión del torero hecho a sí mismo; del romanticismo más puro; de la rebeldía ante los sistemas que oprimen la Fiesta. Un despreciable personaje para quienes solo quieren que todo esté muy atado. El Pana tenía muchos defectos, pero ninguno fue el de sentirse atado a nada que no fuera su propio sueño de ser torero… a su manera.
Un lustro después le recordamos vestido de luces, de goyesco, en la última tarde que toreó en España, en la plaza andaluza de Antequera. Allí consiguió que Morante y Talavante, compañeros de terna, le acompañaran a la plaza en la misma calesa. No se conformó con ello, puso un puro en sus manos y los tres participaron en la ceremonia de ser personajes toreros llegando a la plaza muy cerca de los aficionados. Ese era el estilo de El Pana, la cercanía con los aficionados y el pueblo.
Ahora, como amigo, recuerdo bien como pensaba que su próximo paso iba ir en la misma dirección, junto al pueblo. Su ilusión era ser alcalde de su pueblo, Apizaco, allí en su tierra mexicana.
Un toro se encargó en la localidad de Ciudad Lerdo de cerrarle el camino, como tantos otros taurinos se lo habían cerrado con antelación y durante tantos años. Quisieron siempre tapar su sombra, que era muy larga, con el dedo de la imposición y un siete de enero de 2007, él solito se encargó de doblar muchos dedos, casi todos.
Su imagen se amplió, su sombra llegó a todas partes y tuvo tiempo de torear en España y en Francia, de estar junto a los que saboreaban el éxito en la cartelería en los dos países. Otro dedo impidió su máximo sueño que no era otro que confirmar su alternativa en Las Ventas. De ahí que, tras esperar ocho años sin una respuesta razonada y válida por quienes dirigían la plaza, decidiera ser útil a su pueblo y destinarles a ellos sus esfuerzos.
Pero si su ausencia en este lustro también frustró mis aspiraciones como aficionado, mucho más lo ha hecho desde la perspectiva de su amistad. Un gozo segado por la fatalidad de una tarde sin gloria me dejó sin su amistad. Poder charlar relajadamente con él es de las mejores cosas que me han sucedido. Mucho mejor que El Pana, con lo que pesaba ese personaje, era Rodolfo. Una sensibilidad adquirida en una vida llena de matices, un drama de novela.
Tuve la suerte de tenerle a mi lado, de contar con su amistad, de realizar viajes juntos, el último desde Antequera a Madrid, y de cada conversación salía más convencido de que en nuestro encuentro casual en México, tuve la misma suerte que El Pana tuvo encontrándose con Rey Mago y Conquistador. Mucho cambió en mi vida tras conocer a Rodolfo, una persona de las que te hacen crecer.
No olvido su toreo, pero mucho menos olvido nuestros encuentros en casa o fuera de ella. El alcohol le hizo caminar permanentemente en el alambre, incluso con máximo riesgo de muerte, pero al final fue la acción de un toro la que acabó con él.
Allá donde estés Rodolfo, seguro en un sitio bueno, como tú eras, estarás dando testimonio de lo mejor de los hombres y los toreros. Muchos son los que quieren ser toreros, pero nadie ha sido tan marcadamente diferente como El Pana. Tu memoria, amigo, permanece siempre conmigo.
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