"...el PP, que es un partido de poder, un partido de sistema, se ha mimetizado tanto con el paisaje del régimen de 1978 que ya es incapaz de escapar de sus líneas mayores, que son la hegemonía cultural de la izquierda y la deriva disgregadora del Estado de las Autonomías..."
Hace falta un estadista y no está en el PP (ni en el PSOE)
José Javier Esparza
La Gaceta/26 de Septiembre de 2023
Mi venerado amigo Jesús Lainz hurgaba el otro día en las memorias de José Bono (hay gente que hace cosas aún más extravagantes) y exhumaba unas interesantísimas palabras de Jordi Pujol:
«La independencia es cuestión de futuro, de la generación de nuestros hijos. Por eso los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza«.
Esto se lo dijo Pujol al entonces ministro socialista Fernández Ordóñez. Corrían los años ochenta. Bueno es precisarlo para los canelos que insisten en que la evolución del nacionalismo catalán era imprevisible. Concluye Lainz que Jordi Pujol es «el único estadista que ha habido en España en el último medio siglo, porque enfrente sólo ha tenido mediocres, ignorantes y sinvergüenzas”. Es verdad. Al menos, es el único de quien puede decirse que tenía un proyecto de largo aliento y lo ha llevado a cabo. Hoy está a punto de alcanzar su culminación. Y pensaba yo en estas palabras de Pujol mientras escuchaba a Núñez Feijoo en Madrid.
Explicaba el PP el otro día, en vísperas de su no-manifestación-sino-acto-de-partido, que su objetivo fundamental era reivindicar la «igualdad entre españoles». La igualdad, valor izquierdista por antonomasia. Llegado el acto, en su esperadísimo discurso, Feijoo dedicó largos minutos a explicar que lo que está sufriendo España no es auténtico socialismo, sino «elitismo político», o sea, una traición al socialismo verdadero. Sólo le faltó anunciar la creación de una rama «auténtica» del PSOE. No es que lo dicho por Feijoo no sea verdad. Es cierto que las cesiones ante los separatistas quiebran la igualdad entre los españoles y también es cierto que, al menos sobre el papel, reptar a los pies de una oligarquía local no encaja mucho con el espíritu socialista. Lo sorprendente es que, a priori, no es el tipo de argumentos que uno esperaría encontrar en el líder del primer partido de la derecha (o del centroderecha, lo mismo me da). A ojos del votante medio del PP, es como si Feijoo se hubiera equivocado de zapatos.
¿Por qué ha escogido el PP de Feijoo ese tipo de discurso? Dos opciones. Una: los cerebros de Génova insisten en su estrategia de dirigirse eminentemente al votante desencantado de la izquierda, que podría ser sensible a una retórica de ese género. Dos: los cerebros de Génova (incluido el encéfalo de Feijoo) hablan así porque ellos mismos están ya ahormados en esa retórica, es lo que han mamado, es la atmósfera en la que han crecido, han asumido que la verdad y la razón y el bien y la salvación están en la izquierda, pero en la izquierda «auténtica», la fetén, la que… ¿la que el PP representa? Por supuesto, las dos opciones pueden ser verdad al mismo tiempo: puede haber una finalidad estratégica y, además, una convicción íntima de que el lado correcto de la historia está en la izquierda. Creo que esto último es lo más probable.
El discurso de Feijoo seguramente encaja bien con la sensibilidad mayoritaria, sobre todo con la de los medios dominantes, pero, en rigor, es clamorosamente insuficiente. En cuanto a la igualdad de los españoles, porque ésta no descansa sobre sí misma, sino que deriva directamente de su condición de ciudadanos de una nación, lo cual significa que, sin nación, no hay igualdad. Por tanto, defender solamente la igualdad es quedarse a mitad de camino o, más precisamente, coger el rábano por las hojas, porque prescinde de lo primordial para subrayar lo secundario. ¿Por qué le cuesta tanto al PP defender sin mohines la unidad nacional de España?
Y en cuanto a la «autenticidad» del socialismo, porque es simplemente una declaración falsa: el PSOE nunca le ha hecho ascos a la sumisión ante determinadas oligarquías locales si éstas le aseguraban el poder, y el caso más claro es precisamente el catalán, donde el viejo PSOE renunció a su identidad —corría 1978— para someterse al Partido de los Socialistas de Cataluña, emanación de la burguesía nacionalista catalana de izquierdas. El «PSOE verdadero» sólo existe en la imaginación de una cierta derecha tan acomplejada que ni siquiera osa decir su nombre.
La pregunta que viene una y otra vez es por qué al PP le pasan estas cosas —oh, sí, tan patéticas—, y la respuesta es inequívoca: el PP, que es un partido de poder, un partido de sistema, se ha mimetizado tanto con el paisaje del régimen de 1978 que ya es incapaz de escapar de sus líneas mayores, que son la hegemonía cultural de la izquierda y la deriva disgregadora del Estado de las Autonomías.
Lo que está pasando hoy con Cataluña —y no sólo con ella— no es producto de la ambición de Puigdemont y la maldad de Sánchez: es más bien la culminación natural de un proceso que arrancó hace mucho tiempo y que nadie ha tenido la visión o, alternativamente, el valor de rectificar. Por tanto, lo que hoy necesita España no es un sentido lamento por la virtud perdida (¿la virtud socialista?), sino una profunda rectificación para invertir esta corriente suicida. Esa rectificación pasa por combatir el predominio narrativo socialista y por detener la disolución del lazo nacional a manos de las castas políticas regionales. Y basta escuchar a Feijoo —y a Semper, y a Gamarra y a tantos otros— para comprobar que esta problemática les resulta completamente ajena.
Tres asuntos básicos —decía Pujol—: el idioma, la bandera y la enseñanza. Un estadista, en efecto. España sigue esperando al suyo.
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