"...no hay duda que, con este torero, se comente una gran injusticia al no contar con él en el circuito de las grandes ferias estivales. Merecido lo tiene tras ratificar en Madrid lo que antes le hizo de forma heroica a los toros de José Escolar en los finalizados sanfermines de Pamplona. Y porque así lo ha manifestado en cada una de las escasas corridas en las que consiguió meter cabeza..."
De hecho, todo debe ocurrir
Manuel Viera
Tras contemplar la inmensa y emotiva lidia a tres toros de Robert Margé el pasado domingo en Las Ventas, en la que mostró valor sin límites y un dominio pleno de recursos para la creación de su arte, con un vigor y una profundidad en el toreo fundamental inusitada, no hay duda que, con este torero, se comente una gran injusticia al no contar con él en el circuito de las grandes ferias estivales. Merecido lo tiene tras ratificar en Madrid lo que antes le hizo de forma heroica a los toros de José Escolar en los finalizados sanfermines de Pamplona. Y porque así lo ha manifestado en cada una de las escasas corridas en las que consiguió meter cabeza. Con lo hecho y visto debería tener garantizados los lugares señeros en las cartelerías más importantes de las plazas de toros de España.
La consolidación en sus formas de realizar el toreo es impecable. Sus condiciones son subrayadas por un concepto acusadísimo de la tauromaquia con la que se está agigantando tras el largo tiempo de soledades y sentimientos reprimidos. De grandeza maquillada por las circunstancias, pero siempre invicta en la arena de un coso cualquiera. Entregándose, cada día, a un entrenamiento extenuante. A un trabajo de plaza ilusionante. A la posible rivalidad del toreo, al triunfo tanto veces buscado que, ahora sí, debería de estallar con espada incluida.
Esta es la realidad de quien sublimó el toreo, hondo y apasionante, y convirtió la lidia en la más emotivas de las artes. Quien supo mostrar su profundidad expresiva con un virtuosismo colmado de excelencias. Quien le echó ingenio a la forma de plantear faenas convertidas en exponente de un concepto apabullante. Fueron lidias intachables desde el conocimiento, la técnica, la inspiración, el temple y la profundidad de una muleta con la que imbuyó a la gente en la perfección de su toreo. Momentos que brillaron como las notas ligadas de una sinfonía con la que Borja Jiménez volvió a componer su discurso artístico y emocional.
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